Recuerdo la primavera en sus ojos, cuando fuera helaba, y en su piel residía un microclima capaz de deshacer el iceberg que tenía por esternón.
Ella no se daba cuenta, pero su saliva era lava que cauterizaba mis heridas. Incendió el zulo donde habitaban mis demonios, para que en lugar de huir, vivieran en paz dentro de mí.
Mecí sus sueños, aquellos que arropaban mi vulnerabilidad con cuidado. Empezó a tiritar, pero en lugar de ofrecerle una manta, le desabroché el pecho, y le abracé el corazón.
Viví su tristeza, y sólo quería beberle las penas, para que nunca más volviera a derramarse ni una gota de su tormenta.
Aunque yo fuera el huracán.
Hoy vuelvo a recordarle con este grito en silencio. Y esta noche, tal vez vuelva a soñar con arreglarle los descosidos, mientras otros sólo desean enredarse entre las costuras de sus bragas de encaje.
Hoy quiero quererle tan fuerte como resuena el eco en este pecho lleno de vacío.
O como su forma de cerrar la puerta cuando se fue.